DANZA PLÁSTICA

La vida en ocasiones te da inesperadas oportunidades, pero resulta extraño que las dé cuando eres una bolsa de basura.

Normalmente nuestro fin es bastante desagradable, formar parte de un continente plástico, y que te llenen de deshechos y restos de todo tipo. Sé que hay humanos que en ocasiones se parecen a nosotras. Soy una bolsa de basura lista y me gusta aprender de las conversaciones que oigo a mi alrededor. Me hace sentir mejor. Sentir que no somos las únicas a las que se nos tira mierda que tenemos que soportar y contener, y luego acabamos en el contenedor más cercano. Lo único que nos diferencia de ellos, es que en nuestro caso no podemos elegir nuestro destino. Ellos sí. Pero algunos ni lo saben.

Cuando fui consciente de mi destino lo único que deseaba es que mi vida útil acabara pronto. Soy demasiado sensible para tener que soportar ser una bolsa medio llena, con alimentos descomponiéndose en mi interior, durante días, esperando a que alguien acabe mi suplicio y se deshaga de mí. Prefería ser bolsa en una familia numerosa, porque sabía que allí todo sería más rápido. Usar, cerrar y tirar.

Pero los golpes de suerte existen para todos, y a mí me tocó ser bolsa de la basura en una papelera olvidada. Una magnifica papelera troquelada. Dichos agujeros me permitían, cuando el aire soplaba, que me alzara hacia el exterior y viera lo que pasaba ahí fuera. A lo lejos podía ver niños jugando, abuelos paseando de la mano, parejas besándose. A veces no todo era tan idílico, y también veía peleas, discusiones, robos y desplantes de todo tipo, que me hacían alegrarme por momentos de ser solo una simple bolsa de basura en una papelera olvidada. Pero lo que más me gustaba, en días de tormenta, cuando el aire empieza a soplar fuerte antes de que el cielo empiece a descargar, era que las corrientes me movieran, hacia un lado y hacia otro, y empezar a bailar sin ningún tipo de reparo, ya que nadie se iba a parar a mirar como una triste bolsa de basura gris se movía al son del viento. Me parecía una pena, sinceramente, que nadie fuera susceptible a mi presencia en esos momentos. Me sentía como una bailarina liviana y grácil, realizando movimientos perfectos. Todo un espectáculo, créanme.
 

Día tras día mi vida se alargaba más de lo normal, al estar olvidada en una esquina cualquiera tenía la suerte de que nadie me usaba lo suficiente como para que se deshicieran de mi. Y si alguien lo hacía y tiraba dentro de mí algo, aprovechaba cualquier ráfaga de viento para inflarme y deshacerme de mi contenido. No me sabía mal ensuciar la calle, la verdad. Tarde o temprano aparecía un barrendero que se llevaba las pocas cosas que yo tiraba. Hay humanos mucho más sucios que yo y con menos conciencia.

Pero todo tiene un fin, y en eso también fui afortunada. Un día de mucho viento me preparé especialmente para ese baile. Me sentía especialmente feliz, y no era casual.

Un chico llevaba días pasando por mi calle. No lo había visto nunca y conocía bien el vecindario. Seguramente se acababa de mudar y me perdí, en alguno de mis despistes, como se desplazaba con sus maletas a su nuevo hogar.
Lo observaba en su ir y venir cotidiano. Y yo siempre que pasaba, deseaba que me levantara el viento muy arriba para poderlo ver bien, porque desde los agujeritos ya me parecía extrañamente especial. Amor platónico le llaman.

Pero ese día sabía que iba a ser EL DÍA. El aire estaba empezando a soplar fuerte, y yo empezaba a levantarme poco a poco. Era la hora de su vuelta a casa después del trabajo. Cuando ya el sol se está poniendo. Estaba decidida a lucir mi gris más brillante para llamar su atención, si mi danza no era suficiente. Y de pronto lo vi doblar la esquina, móvil en mano, como es habitual. Tenía que hacerlo muy bien para llamar su atención. Pedí a Eolo que me ayudara en mi hazaña y así fue. Una fuerte ráfaga me levanto totalmente y me inflé, me inflé como nunca con el aire caliente de la tarde y empecé a mecerme lo mejor que podía, entregándome entera para captar su mirada. Mi movimiento nada tenía que envidiar al de una llama ardiendo en una hoguera, excepto que yo era una triste bolsa de basura.

Y funcionó, tanta furia le puse que el chico se paró delante mío y vio como bailaba, embelesado, sin acabar de entender bien que hacía allí observándome. Cogió su móvil y empezó a grabarme. Y me sentí protagonista de una película que quizás ya existía. Y me vine arriba, me sentí enorme. El viento era cada vez más fuerte, y mis movimientos cada vez más secos. Y él seguía observándome a través de su cámara.

Pero tan fuerte fue mi entrega que de pronto noté como me rompía por dentro. Bueno, por dentro y por fuera. Por dentro porque el fin de mis días había llegado y nunca más iba a verlo. Por fuera porque el material del que estoy hecha no soporta tanta presión. Y esa era demasiada.
Seguramente mi baile sea eterno y ande colgado en alguna red. Hay gente a la que le gusta postear cosas raras, y sé que mi chico es uno de ellos.





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