AL ALBA

Alba tiene 17 años, casi 18. 

Aún es una niña a pesar de ser casi mayor de edad y llevar muchos años trabajando como una persona adulta. En su actitud hay cierto retraso que no sabes si achacar al entorno en el que vive o a un problema real de su desarrollo. Su madre regenta, desde que ella era una cría, el bar de un remoto camping de montaña donde trabajan y viven. En verano se llena de gente y de historias, pero en invierno lo único que existe allí es el aislamiento total. La nieve lo suele cubrir todo de noviembre a marzo. Ella no ha visto la película El resplandor, pero el escenario es bastante similar. Poco ven la luz del sol en invierno, solo algunos rayos valientes se cuelan, rompiendo el helor, entre las copas de los pinos de ese paraje de ensueño para los campistas veraniegos.

Alba pesa más de 100 kilos porque la comida es lo único que le da asilo, es su refugio y su alegría. Su vida ha estado sembrada de burlas e insultos por su aspecto, por eso en cuanto dejó de ser obligatorio ir al colegio, no quiso volver. Su madre tampoco la obligó, ella sola no podía hacerse cargo de todo cuando llegaba la temporada. 

Es de estatura media, de pelo negro, largo y grasiento y su piel está llena de señales: los insectos tienden a picarle en cualquier época del año y ella se rasca compulsivamente hasta hacerse sangre, sangre que se convierte en costra, la cual acaba arrancando a los pocos días con sus mugrientas uñas y vuelve a crear una herida. Herida que se acabará infectando y dejándole marca. Como esas relaciones que no cierras nunca y duelen. A las que vuelves cada X tiempo para ver si hay algo que rascar y lo único que consigues es volver a abrir la vieja llaga que se acabará infectando, dejándote rota y con cicatriz.

Alba no tiene don de gentes y atiende a los clientes con una torpeza tan burda que roza el ridículo. Despierta pena y ella lo sabe. Escucha como las señoras cuchichean entre ellas frases sobre su triste destino. Hace oídos sordos y recoge ávida las propinas que le dan, casi como si fuera caridad.  Sus hijas, esas chicas populares de la capital que veranean allí, pasean orgullosas por el bar sus cuerpos tersos y normativos en bikini. Ella las saluda, pero pasan de largo sin responderle. No es que la ignoren, es que ni siquiera la han escuchado, ni siquiera la ven. Es trasparente a pesar de su volumen. Sólo existe cuando le piden una Coca-Cola o un helado. Sólo cuando necesitan de su servicio.

El otoño pasado llegó una familia nueva a trabajar al camping. El patriarca, un tipo rudo y bastante vulgar, iba a ser el nuevo encargado de mantenimiento y como tal allí se instalaron. Viajaba con su mujer y su hija, una cría 2 años menor que Alba: tímida y esmirriada, con el pelo pajizo, la cara salpicada de pecas y los ojos más tristes que nadie pueda tener. Era casi de otro mundo, con un aura lechosa y frágil que resultaba tan inquietante como repulsiva. Enseguida se hicieron amigas, empujadas por esa necesidad casi salvaje de dos seres abandonados que se reconocen y que necesitan tener un vínculo que las mantenga a flote, tener a alguien que les dé cobijo.

Alba se enamoró enseguida. 

El invierno era muy duro y la niña de ojos tristes se dejó querer porque necesitaba que así fuera. Se escondían en la caseta de las hamacas a tocarse, con los dedos entumecidos del frío, como autómatas. Primero eran días puntuales: con inocencia descubrían y destapaban sus cuerpos, esos que todos ignoraban y despreciaban. Después se convirtió en un vicio, en una rutina que sabían perversa a ojos de cualquiera que no fueran ellas. Pero para ellas era habitar el cielo, cualquier momento era bueno para darle sentido a sus vidas con cada pequeña muerte que alcanzaban.

El padre de la niña las pilló mientras el sol despuntaba una mañana de febrero. Andaban las dos semidesnudas y abrazadas, Alba rodeaba a la niña de ojos tristes de tal manera que prácticamente desaparecía entre sus pechos y sus nalgas. Y así las encontró, enroscadas al borde del clímax, con sus dos cuerpos disidentes unidos en una masa llena de adolescencia e incomprensión, entregadas a ese único momento vital de felicidad extática.

Toda la responsabilidad de lo ocurrido recayó sobre Alba. Ella era mayor. Ella era ese monstruo capaz de coger a una niñita y engañarla con malas artes para conseguir que le prestaran atención. La niña gorda llena de heridas completaba los huecos de su piel lacerada con medio corazón en llamas, avergonzada y en la palestra una vez más. Su madre le infringió durante meses el peor de los castigos que pueda existir, la indiferencia. Avergonzada de su hija y de la situación, pidió disculpas a la familia de la niña de ojos tristes que pocos días después de lo ocurrido, se largó de allí ofendida y aterrada. 

Ellas no pudieron despedirse.

A la mañana siguiente, llena de melancolía, Alba acudió a su lugar secreto. Se sentó en silencio en el suelo a recordar a la niña, mientras se arrancaba nerviosa sus mil costras y la sangre le brotaba de nuevo, resbalando espesa por sus brazos y sus piernas. Con los ojos llenos de lágrimas le pareció ver, al otro extremo de la sala, algo que brillaba. 

Se acerco temblorosa. 

La niña de los ojos tristes le había dejado, enredada a una piruleta con forma de corazón, una pulsera de bolitas de colores, la misma que tintineaba en su muñeca cuando la tocaba violenta y enérgicamente.

La misma que como un relicario la acompañará hasta romperse y desaparecer de sus manos, que no de su alma, algún día.

  

Comentarios

  1. Woooow, se me ha erizado la piel y llenando los ojos de lagrimas, cuantas vidas tristes y anónimas sufren a nuestro alrededor y no las vemos...
    Yo también me siento invisible a veces, no tanto por que he nacido en un lugar bastante privilegiado, mi madre me regaló el don de gentes y eso me salva de morir de tristeza y anonimato.
    Gracias Vanessa

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  2. Me parece brutal y muy triste, aunque muy real.
    La vida está llena de mierda y de gente mierdas.
    He vivido algo parecido de cerca. Gracias por dar voz a esas niñas. Te quiero bella.

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  3. Anónimo6/9/22, 9:42

    Bufff, piel de gallina!!!
    Te superas con cada texto que escribes 👏👏👏

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  4. Crudo y desgarrador!

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