QUEBRAR
casi una vez al mes o con suerte cada dos, aunque intento dejarlo,
pero fue más fácil con el tabaco.
Si se quiebran las cañas con el viento,
como no voy a hacerlo yo que no soy tan flexible.
Me quiebran muchas cosas, sobretodo...
cosas que no diré,
para que nadie más las sepa
y me pueda quebrar.
Crujen por dentro mis entrañas,
chasquea mi sangre al hervir
palpitando en mis sienes
y de pronto ese ruido seco.
Un crack. Y después el estallido.
Y se derrumban mis muros
y ya nada se para,
no hay contención.
Se rasgan mis antiguas costuras,
se descose la calma
y vuelve a salir todo.
Me sale el mar por los ojos,
el demonio por la boca y el monstruo,
que me agarra la boca del estómago,
la retuerce y me lleva arrastrando allí.
Al lugar oscuro y frío
llenito de sombras viejas
que suenan a nuevas,
y me da vueltas y me suelta ,
como quien juega
a la gallinita ciega.
Y me toca buscar la salida sola,
a tientas y a contratiempo,
antes de que mis pedazos caigan.
Y se esparza, diminutos,
y no los encuentre
y no pueda volver a montarme.
Siempre salgo entera y aprendida,
pero muy cansada del viaje.
A veces me sobra alguna pieza
que me guardo,
como si fuera un Mr Potato,
pero bajo la piel.
Igual algún día
me la pongo de complemento
o se la regalo a alguien
que se crea incompleto.
Total, si ya no encaja,
es que no la necesitaba tanto.
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