1986

 

“¡Cómo íbamos a imaginarnos que no sabía nadar!”.

Retumba esa frase en mi cabeza cada vez que mis pies rozan cualquier medio acuático. Recuerdo la media sonrisa del imbécil de mi primo mayor, haciéndose la víctima sin mucho éxito. Mientras, mis padres me sacaban del rio del pueblo medio ahogada. Fue el verano de 1986.

Odiaba aquel pueblo, odiaba aquellos malditos días de agosto en los que me tocaba ser la niña sociable que no era durante el resto del año y, sobre todo, lo odiaba a él. Dedicó toda su pubertad a hacer de mi infancia un infierno, el muy hijo de puta.

Paradojas del destino acabó siendo bombero y murió calcinado en un rescate. Para muchos es un héroe que se había ganado el cielo, para mí un imbécil menos en el mundo.

Sin demasiado remordimiento reconozco que ahora soy yo quien, recordándolo, luzco una media sonrisa.

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