EL BLOQUE

Imaginen una casa de citas. Un bloque con varias plantas habitadas por mujeres muy especiales, dotadas cada una de ellas de un don único. A esta casa no sólo acuden hombres, no es el tipo de casa de citas que pensáis, aunque cabe decir que los revolcones no están prohibidos dentro de sus paredes. Todos y cada uno de nosotros estamos invitados a entrar, a transitarla, a gozarla, a sufrirla e incluso a quedarnos a vivir el tiempo que deseemos con alguna de ellas. Diré, conste que les he avisado, que no recomiendo esto último. Yo misma he estado allí en varias ocasiones y últimamente me he distraído de más en la planta que no debía. Supongo que mi buena relación con una de las inquilinas es la que me ha hecho ser reincidente y volver día tras día, pero de todo te cansas, así que una vez ya no hay tema de conversación con mi mejor compañera, he ido recurriendo a el resto para ver qué tal se está con ellas. Y la verdad, una vez vistas todas, me quedo con la de siempre, la del primero. Decía Lorca de ella que es la gran talladora del espíritu y no puedo estar más de acuerdo.

Sólo la inquilina del dúplex de la sexta planta me ha hecho sentir ciertas cosquillas en el estómago y me seduce cada día un poco. Y la del quinto ni te cuento: que sensualidad y que halo la envuelve, es fantástica. Pero vayamos por partes porque quiero presentarlas una a una. 

Empezaré por Soledad, la del primero. Mi amiga del alma. Si bien es cierto que al principio nuestra relación era bastante complicada, después de un tiempo se convirtió en mi mejor amiga y aliada ¿Sabes cuándo te presentan a alguien que de entrada te cae mal, pero con el trato al final le coges cariño y aprendes de ella? Pues eso. Ella me ha enseñado muchas cosas, la primera es que es mucho mejor tenerla a ella que estar rodeada de personas estériles e innecesarias. Gente que ni te quiere ni te valora. Ella, aunque a veces es dura conmigo, nunca me falla. Es sincera y terriblemente intensa. En eso nos parecemos mucho. Pero si la eliges, no te defrauda. Otra cosa es cuando te visita y tú no la esperas. A veces es inoportuna y aparece cuando menos la necesitas e invade todo el espacio que tú quieres dedicarle a otra cosa. Ahí es cuando hay que plantarle cara y dejarle claro que no es ella la que manda, mandas tú. Y que cuando la necesites, la visitarás. Es celosa y absorbente así que hay que ir con ojo. Pero también es indulgente, no hay que tenerle miedo. Mucha gente se lo tiene y por culpa de ese pavor que les produce su compañía viven vidas impostadas, acompañadas de gente infame en escenarios forzados con barreras para no dejarla entrar. Y eso es mucho peor que aprender a quererla y a enseñarle a que te respete. Soledad es buena gente, pero demasiado apasionada.

En el segundo tenemos a Inocencia. ¡Ay Inocencia, que graciosa es! Y que dulzura tiene. Ella es como esa niña que a menudo ni recuerdas pero que sigue viviendo en ti. Me gusta tomarme un Cola Cao con ella de vez en cuando y observar como se lo prepara. Primero el poquito de leche, luego el cacao en polvo, después remueve bien para que salga espuma, pero tampoco demasiado para que queden grumitos. Y finalmente llena el vaso de leche hasta arriba y con la cucharilla gravada con su nombre (regalo de su primera comunión) se zampa las bolitas de chocolate que flotan en la leche, como patitos de goma flotando en el agua de una parada de feria, esperando a ser cazados con destreza infantil. Es delicada y terriblemente sensible, a menudo, por su manera de ser, la vida le toma el pelo y ella cae, sucumbe a sus bromas y claro, luego pasa unos malos ratos que para qué queremos más. ¡Coge unos berrinches tremendos, como una cría pequeña! Nadie sabe qué edad tiene, es imposible descifrarlo. Sus rasgos de muchachita se esconden tras un cuerpo curtido por el paso del tiempo y una realidad que ella pocas veces es capaz de soportar. Aun así, Inocencia es visitada bastante a menudo por gente seria y rotunda, personas sombrías que esperan que les dé lo que ellos creen haber perdido hace ya demasiado tiempo, y salen de allí encantados de la vida. Simplemente les da las herramientas necesarias, como una peluca y algo de purpurina. Otras les lee un cuento en la cama, otras hacen juntos figuritas de barro o simplemente, se acurruca con ellos para acariciarles la cabeza y decirles que si nunca dejan de jugar, nada puede ir mal.

En el tercer piso vive Angustias. Ya me perdonareis, pero es a la que menos soporto y creo que es porque me hace de espejo en ocasiones. Siempre preocupada por todo, siempre pensando en lo peor, siempre con el nudo en el estómago y aleccionando a todo el mundo: cuidado que te vas a caer, ojo que te cortarás con eso, no me hagas sufrir más, no soporto verte así... ¡Pobre Angustias! Si aprendiera a que las cosas, por mucho que las planees, se pueden torcer.  Si se relajara y disfrutara de la vida tal y como venga, si dejara de pensar un poco en lo que va a pasar el futuro y viviera más el presente sin ir más allá, todo le iría mucho mejor. Pero no puede, es inherente en su condición estar siempre con la guardia bien alta para que nada le lastime, lo suyo debe haber pasado la pobre. A pesar de su mala fama, tiene más visitas de las que pudierais pensar. Muchas personas pasan a verla varias veces al día e incluso le piden algún que otro revolcón, cosa que ella en la medida de lo posible rechaza casi siempre. Otras se deja hacer, dependiendo de las necesidades que tenga, que no es de piedra tampoco. A menudo su afluencia aumenta después del Telediario y como no vive suficientemente agobiada ya de por sí, se pone más de los nervios. Se retroalimenta con su visitante durante un ratito, lloran, se agobian, la abrazan desesperados y después se van, ya cansados de drama, a visitar la planta seis, esa de la que os he hablado antes, la más concurrida del bloque. Y la triste Angustias se queda sola, esperando su próxima visita, mientras le hace efecto el Tranxilum que se toma cada seis horas para soportar esa puta vida que le ha tocado.

Sigamos.

¡Me encantan tanto las vecinas del cuarto! Las visito poco, cierto es, pero no porque no me guste estar con ellas, sino porque yo tengo a mi madre que es como ellas pero multiplicadas por diez mil quinientos. Pero sí, de vez en cuando las voy a ver. Y sí son dos y viven juntas. Por afinidad más que nada. Cada una vivía en una planta pero decidieron compartir piso para que la del sexto se hiciera el dúplex, ya que es la que más faena tiene y la que más sufre de estrés laboral. A todas les pareció justo y aplaudieron su decisión. Son un amor. Pero volvamos al tema: lo más curioso de Remedios y Milagros es que nunca son ellas mismas, van mutando dependiendo de la visita. Sí sí, lo que oís, tienen la capacidad de transformarse en la persona que sus visitantes deseen. O a veces ni lo desean, simplemente ellas cogen la forma que creen más conveniente para ayudar a su cliente. Alguna vez las he observado en plena faena, mientras hago cola para hablar con ellas, y nunca dejo de sorprenderme: igual son una abuelita pequeña y sonriente, aconsejando qué hacer para que el bizcocho salga igual de dulce y esponjoso que el que ella hace, que de pronto se convierten en un señor bigotudo, caja de herramientas en mano, explicando cómo desatascar el desagüe. Otras son un ama de casa explicando cómo quitar las manchas: “la mancha de mora con mora se quita”. Y Milagros, la más graciosa, tiende a convertirse en algún ángel o en algún santo, a veces en el dios que ella cree conveniente y entonces a mí me da la risa. Pero funciona. Hay gente para todo y hay que respetarla, faltaría más. La verdad, es un espectáculo observarlas, tienen soluciones infinitas a los sempiternos problemas humanos. Pero el momento estelar de Remedios, el que más me gusta, es cuando se convierte en la misma persona que tiene justo delante. ¡Tendríais que ver la cara que ponen cuando eso pasa! ¡Se quedan atónitos! Entonces ella se limita a repetir lo que ellos le piden, lo que ellos le requieren para desembrollar el lío en el que andan metidos. Y lo más bonito de eso (se me pone la piel de gallina sólo de recordarlo) es que ellos mismos, sin ayuda de nadie, dan con la resolución a su propio enigma, lo tenían delante de sus narices. Y que felices se van entonces, dándose cuenta de que más enmiendas de las que creen están en sus manos y únicamente dependen de ellos.

En el quinto vive otra de las estrellas del lugar. Siempre tan radiante, tan volátil, tan delicada e inestable. Tan deseada y perseguida por todos que su ego a veces no conoce límites. Supongo que la habéis intentado visitar mil veces, pero su lista de espera es tan larga que casi nadie consigue verla o saber quién o como es. Siempre te quedas en la antesala, en el recibidor de su preciosa casa. Felicidad es todo un misterio, yo la veo pasar muchas veces pero aún no tengo muy claro como es. A veces va de rubia, otras de morena. A veces calza tacones de aguja y otras bambas. O va en pijama y pantuflas o luce las mejores galas y lentejuelas para deslumbrarte y que no logres distinguirla con claridad. La observo desde la calle, detrás de su ventana mágica, comiendo ostras y bebiendo cava algunos días. Rodeada de gente, música y risas. Gente contagiada por sus dones. Otros días veo cómo se acurruca sola debajo de una manta, come glutamato y ve series sin necesidad de nada ni de nadie. Una vez, alguien que convivió con ella mucho tiempo, sin visitar ninguna otra planta, me contó que antes de dejarlo colgado le dijo: “Lo peor de acostumbrarse a mí es que ya nunca vas a valorar a ninguna de las otras”. Y el pobre desgraciado, entre lágrimas, me decía que no hay mayor lección de vida que esa. Que Felicidad no es alguien con quien convivir para siempre, sino alguien a quien desear con todas tus fuerzas para así verla reflejada en cada espejo que miras, en cada calle que caminas y en cada persona que se cruza en tu vida. Ella es un espejismo, un holograma a proyectar cuando te venga en gana, ¡pero no la fuerces a quedarse! Porque será entonces cuando saldrá huyendo rompiéndote el corazón sin remedio. Por eso ella nunca se entrega del todo, porque sabe que es peligrosa y caprichosa. Es adictiva, disoluta y libertina, no se queda para siempre en ningún sitio. Y eso no todos podemos soportarlo.

Y finalmente llegamos al ático, al dúplex con las mejores vistas de todo el vecindario, del país, del mundo y de la galaxia. Y no exagero, en serio. Si te asomas a su morada, desde la casa de Esperanza puedes ver lo que tú quieras. Bosques frondosos, jardines plagados de flores y hierbas aromáticas, estepas llenas de animales campando a sus anchas, mares trasparentes llenos de peces de colores y brillantes corales. Eclipses de sol y de luna, estrellas fugaces, amaneceres y atardeceres de postal. Niños corriendo en los parques, gente abrazándose por las calles,  amantes besándose en cada esquina. Abuelos tomando el sol cogidos de la mano, plazas llenas de personas bailando y bebiendo. Música sonando todo el rato.
¿Ahora entendéis lo que decía de ella verdad? Su casa siempre está llena y aunque le cuesta mucho organizar tal trasiego,  ella nunca cierra sus puertas a nadie. Siempre tiene una palabra amable, una visión agradable que ofrecer o un abrazo bien apretado que dar. Ella es lo que la humanidad necesita y aunque es mucha responsabilidad, la asume con pie firme y la mejor de sus voluntades. Sé que anda un poco agotada últimamente, la faena se le acumula e intenta llegar a todos, pero no siempre puede hacerlo por ella misma. Así que ha decidido delegar sus funciones a familiares y amigos, lejanos o cercanos, a buenas personas que sabe que no le van a fallar, para que extiendan su mensaje a todos y no se sientan desamparados. También sabe que su mensaje no siempre se va a cumplir. No siempre todo va ir bien, no todo tiene solución y no todos saldremos ilesos de esto. Algunos caerán por el camino y ella lo sabe mejor que nadie, pero no piensa dejar que nadie se rinda, que nadie se hunda ni que nadie la abandone por más de dos días. Está permitido caerse, visitar a la del tercero y llorar desconsolados en brazos de Angustias, pero después es obligatorio volver al sexto, con más o menos ganas, para seguir adelante y asomarse de nuevo a ver cosas bonitas. Miles de personas maravillosas, enfundadas en sus batas blancas, pasean por su dúplex dándose los abrazos que no pueden darse fuera de sus paredes. Se mezclan entre el resto de visitantes intentando no llamar mucho la atención, pero es imposible, ellas y ellos brillan más que nadie estos días.

Hasta aquí el tour ¿Os ha gustado? Espero que sí. Y por favor, recordad: visitar todas y cada una de las plantas es vital, las unas sin las otras carecen de sentido y funcionalidad. Espero veros en alguna de ellas, a poder ser en la sexta, para mirar el mar y abrazarnos fuerte un buen rato. 

Y luego, ya si eso, que cada uno busque lo que más necesite.

Comentarios

  1. Era para leer, ya es leído y disfrutado solo me queda el repetir como esas pelis que ya sabes el final pero repites y repites.. al menos tantas veces como plantas tiene el bloque ;. Gracias! Muacks

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Roberto, me alegra que te haya gustado. Besote!

      Eliminar
  2. Fui de visita.... y esta noche me quedo en el dúplex.....
    Gracias por abrirme el portal de este variopinto bloque!!!!💖

    ResponderEliminar
  3. Quin gran edifici m'encanta com escrius

    ResponderEliminar

Publicar un comentario