UN CUENTO AUTOMÁTICO EN DUERMEVELA


Me despierto de golpe y allí estoy de pie, con los brazos alzados al aire queriendo gritar algo. Es un bosque frondoso y a mi alrededor los animales me miran absortos y expectantes. Gacelas, ciervos, tejones, mofetas... Serpientes de todo tipo que se enredan en las ramas de los árboles y me silban con sus lenguas palabras que, en su desafiante idioma, recriminan mi estúpido mutismo. Ardillas postradas a mis pies, pájaros de todos los tipos y colores posados en mi cabeza picoteando mis rizos como animándome a pronunciar por fin el supuesto y esperado discurso que nunca llega. Mis cuerdas vocales están rotas. Lo sé y lo siento. Me desvanezco.

Despierto de nuevo en la penumbra de algún lugar. Lo único que logro ver cuando consigo enfocar, son unas patas de insecto que se menean desesperadas por lograr incorporarse. Y entonces soy consciente del universo kafkiano en el que acabo de sumergirme. Lucho por volverme y caminar. Ansiosa por saber, por probar que se siente desplazándose como un insecto, respirando como un insecto, transitando el mundo como un insecto, sintiendo como un insecto. Intentando huir para no ser pisoteada como un insecto. ¿Dolerá menos que te intenten aplastar? ¿Dará menos miedo? Y mientras todas esas dudas me asaltan, siento entre horrorizada y agradecida, como mi pequeño cuerpo marrón oscuro se convierte en polvo, en un insignificante montón de suciedad en ese desconocido suelo.


Pasa por encima mío una niña corriendo, con su rubia melena al viento. Sus zapatitos negros esparcen mis pequeñas partículas por el aire, donde se juntan hasta formar otra figura. Siento un tic tac latiendo muy cerca del pecho, estoy casi segura que es mi corazón. Acerco una de mis manos a mi cuerpo y la meto dentro de lo que parece ser un chaleco, buscando el origen de ese sonido que no es otra cosa que un reloj de bolsillo unido a mí por una brillante cadena. Mis pequeñas patas blancas de conejo toquetean el cristal y una terrible sensación me invade de pronto: Es tarde, voy tarde, ¡siento que estoy llegando muy tarde! La niña me mira y me sonríe como si me conociera. Y salgo corriendo, sin saber bien que camino escoger. Ella decide seguirme y yo siento que por fin estoy justo donde quiero estar.

Y esta vez no quiero desvanecerme, porque aunque sea con prisas y tarde, aunque no sepa bien a donde ir ni cómo llegar, quiero ser el invitado de esa fiesta loca con té, sombreros y sin cumpleaños.

Y ya mañana, si eso, volveré del País de las Maravillas, de dónde nunca debí salir.

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