MISS SARAJEVO

Sarajevo se despierta hoy dolorida, por eso llueve. A veces le pasa. Se resienten sus heridas al compás del flash morboso de los turistas que captan cada una de sus cicatrices: agujeros de metralla que afloran en las pantallas y en las pupilas de quien la observa con cara de admiración y pena a partes iguales. Resiliencia le llaman, pero para ella es simple supervivencia.
Se despereza y se seca las lágrimas para que salga el sol y es entonces cuando, aún ajada por dentro, llena el zoco de voces que resuenan en sus callejuelas, junto al tintineo de las baratijas de cobre que llenan sus diminutas tiendas. Se sientan sus vecinos a beber café con su peculiar ritual de posos de buenaventura y terrones de azúcar. Se saludan musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos, sonriéndose y estrechándose la mano, y durante horas debaten su vida y milagros, más sobre guerras que sobre paces y más sobre tiranos que sobre héroes, aunque a veces ni ella misma sabe cuál es la diferencia entre ambos. Y suena Franz Ferninand desde un deportivo, en la misma esquina donde fue asesinado el archiduque dando paso a la Gran Guerra. Y solo puede hacer que sonreír ante tal ironía.
Sarajevo es tan bella y versátil que podría ser cualquier otra siendo ella misma, mutante a cada paso, es la mejor versión de todas. Exótica como Estambul, firme como Varsovia, cosmopolita como Berlín y señorial como París, pero cuando inspiras muy profundo te inunda por dentro y sabes que es ella. Cuando cierras los ojos y recorres con tus manos su silueta, lo notas. Ella siempre está ahí, llena de cadáveres y de vida. Como si un puente la llevara directa del camposanto al renacer. Porque ella nunca olvida ese tiempo en el que fue ventana y no escombro, antes de convertirse en escaparate de una masacre.
Here she comes 
Heads turn around 
Here she comes 
To take her crown
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