ANA Y EL MAR

Se supone que ser la hermana pequeña en una familia es la panacea. Se supone que eres la niña mimada, la receptora de todo tipo de caprichos y cariño por parte de padres y hermanos, cosa que te convierte para siempre en un ser sobreprotegido y colmado de amor.
Pero ese no fue el caso de Ana. A pesar de ser la pequeña, para ella eso fue más un calvario que una bendición. Vivir en una aldea alejada del mundo, ser la última en nacer, con unos padres que cuando ella vino al mundo ya tenían una edad demasiado avanzada, hizo que su vida no fuera ni remotamente un esbozo de lo que ella había imaginado.
Sus dos hermanos mayores, varones, pronto encontraron novia en los pueblos aledaños, se casaron y empezaron a tener hijos, marchándose a la gran ciudad con el deseo de salir de aquella vida agreste y sumergirse en la vorágine de la urbe.
A Ana no le importaba nada de eso, ni la ciudad, ni casarse, ni vorágines de ningún tipo. Todo lo que quiso saber de la ciudad lo sabía a través de la tele y posteriormente de internet; o de los periódicos que devoraba en sus visitas a la capital, donde se desplazaba a comprar las cosas necesarias para el cuidado de su padre, el único progenitor superviviente que le quedaba.
Su madre había muerto años antes, de un infarto. Una muerte muy tranquila. Muy rural. Desapareció durante un rato en el gallinero, donde fue a coger huevos para la cena. Cuando Ana y su padre acudieron en su busca, extrañados por la tardanza, allí la encontraron, tendida en el suelo, boca abajo, como si hubiera caído inconsciente. Tres huevos intactos estaban en las palmas de las manos, dos en una, y uno más grande en otra. Seguramente el grande tendría dos yemas y sería para Ana. Su madre siempre le daba lo mejor. Era la forma de compensar la esclavitud a la que estaba sometida en aquella maldita vida que le había tocado vivir.
Casarse y tener hijos, rondando ya los 30 y muchos, tampoco era algo que entrara en sus planes. Los hombres no le interesaban como compañeros de viaje, los encontraba toscos, estúpidos y carentes de principios. Por lo menos los que ella había conocido. No tenía una amplia experiencia en el tema, pero lo suficiente para saber que solo un milagro conseguiría que encontrara un hombre con el que compartir su vida. Su vida de mierda sí. Pero su vida al fin y al cabo. Tenía desde hacía años un hombre en la ciudad, casado e infeliz, que antaño fue su mejor amigo y se crió con ella en la aldea. Él siempre la quiso, y llegada la edad de emanciparse, él le pidió que le acompañara y formaran una clásica vida en común. Pero Ana se negó y a pesar del cariño que le profesaba, sabía que lo único que les unía era haber crecido juntos y haber descubierto el sexo. Poco más. Años después Ana seguía visitándolo de vez en cuando con la única intención de follar, desahogarse y sentir el calor de un hombre. Era algo que se les daba muy bien a pesar del paso de los años, cosa que la alegraba mucho. Le daba mucha pereza tener que buscar a alguien nuevo para ese tipo de fin.
Lo único que deseaba Ana era el Mar.
Ella era muy pequeña y un día paseando por el pueblo más cercano, de la mano de su madre, vio en el escaparate de la agencia de viajes, un póster gigante de una playa rocosa de aguas cristalinas, entre dos verdes acantilados. Un mar que se extendía por todo el resto del póster como una masa infinita.
Le pareció casi de ciencia ficción ver tal cantidad de agua junta, un bien escaso para ellos debido al clima en el que vivían. Estaba harta de ver como en su familia ideaba los mecanismos más complicados para aprovechar cualquier gota que les ofreciera la naturaleza. Y allí, justo delante, tenía la foto de un lugar donde el agua se extendía más allá de lo que sus ojos de niña eran capaces de ver e imaginar.

Desde entonces el único objetivo en la vida de Ana era conocer el mar y empaparse de él. . Resignada a lo que le había asignado el destino, solo esperaba que llegara el momento en el que ese encuentro se produjera. Como quien espera encontrarse con el amor de su vida. Un amor que tenía claro que nunca la decepcionaría, que sería eterno, que no le pediría nada a cambio, solo fluir dentro de él y dejarse mecer entre sus brazos en forma de olas. Dejarse ir, es lo que más necesitaba.
Con los años, investigó y leyó todo lo referente a mares y océanos, a la salinización de los mismos, a como hacía miles de años ese agua era tan dulce como la de cualquier riachuelo. Sabía también todo sobre su flora y fauna, conocía cada especie de cualquier mar, de cualquiera de los dos hemisferios. Conocía todos los cuentos, mitos y leyendas relacionados con el mar: desde historias de sirenas, a aventuras de piratas y marineros de todos los confines del mundo. Se convirtió en un animal marino más, destinado a vivir en tierra hasta que llegara el momento adecuado.
El fin de su padre llegó pronto. Una mañana de invierno, Ana lo encontró tirado en suelo del baño, entumecido y morado del frío. Supuso que se levantaría a media noche a hacer sus necesidades, como tantas otras veces y caería golpeándose con el lavamanos. Y ahí quedó. Una muerte poco poética. Casi anecdótica. Pero rápida.
Mientras observaba el cadáver de su padre en el suelo y ponía en marcha el protocolo de levantamiento del cadáver en su cabeza, no pudo evitar que una sonrisa se empezara a dibujar en sus labios. No era el momento de sonreír y lo sabía. Pero ya era libre. Por fin era libre.
Ni siquiera hubo funeral, pensó que era una pérdida de tiempo, sus hermanos no se iban a desplazar para acompañarla en aquellos momentos. No tenía ganas de entrar en una lucha que de antemano sabía que no iba a ganar. Así que cavó con sus propias manos, junto a la pequeña tumba donde estaba su madre, el espacio suficiente para dejar el cuerpo inerte de su padre y lo cubrió de tierra. Y se despidió de él para siempre.
Volvió a casa, soltó a los animales que tenía y les dijo adiós, sabiendo que fuera cual fuera su destino, sería mucho mejor que la vida enjaulada que habían tenido hasta ahora. Vació la gasolina del depósito del tractor, roció con ella muebles y demás pertenencias. Cogió solo lo necesario: un reproductor de música, un libro de oceanografía ligero y algo de comida. Y prendió fuego a todo. Sin mirar atrás se dirigió a la estación de autobuses y compró un billete hacia su destino.
Cuando se apeó del autobús, sus pies ya no tocaban el suelo. Era tan grande el deseo y la ilusión de que llegara ese momento, que su alma se había convertido en una especie de globo de helio que hacía que su cuerpo se desplazara con la brisa, sin necesidad de sus habilidades locomotrices. El olfato la guió, no le hizo falta ni preguntar, ni mirar indicaciones. Diez minutos después ya estaba postrada en la arena de una cala solitaria y abandonada, llena de cantos rodados, trozos de madera y algas que se enredaban en los dedos de sus pies.

Jamás había sentido esa paz, y era justo lo que ella sabía que pasaría. No le sorprendió lo más mínimo nada de lo que estaba aconteciendo a su alrededor, pues ya lo había vivido en sus sueños mil veces. Ni el olor del mar, ni el tacto de las piedras y la arena, ni la caricia de la brisa… Nada era nuevo. Ella era de allí. Ahora lo sabía con total certeza.

Se desnudó, dejando caer la ropa a sus pies en un pequeño montón. Y se adentró en el mar con calma, sintiendo como cada centímetro de su piel se iba volviendo escamas al tacto con el agua.

Y así desapareció, en las olas, sumergida en su nuevo hogar.

Comentarios

  1. Me ha fascinado!!! Que maravillosamente bien escribes!!!! Ana y el mar..... brutal!!!!

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  2. Vane quina pasada!!! Escrius super bé!! No podira parar de llegir!!1

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  3. Vane soy Sandra la chica de Tenerife como escribes sin duda un fragmento muy reflexivo para la vida ...que regalazo es la libertad !!espero que termines muy bien tu viaje un placer a ver coincidido y quien sabe si algún dia podemos tomaarnos algo!queria ojear tu blog ji
    jjijijijjj y dejarte un besazoooo

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  4. Me ha transmitido mucha libertad, pero a la vez soledad y tristeza. Un 10 por transmitir tanto !!! Besos y achuchones !!!

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  5. Qué agradable estilo tienes... hermosa poética. Mantener intensamente la atención del lector de principio a fin lo logran poco(a)s escritore(a)s. Vaya talento Vane.

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