LA COSTILLA DE ADAN

Cuando eres la costilla de Adán nada es tan fácil.



Pero un día me decepcionó. El día que conocí a su futuro marido y padre de sus hijos. Era un tipo guapo pero carente de gracia de ningún. Trabajador y correcto. Curiosamente el más correcto de todos los que conocí, y eso era lo más terrible, no sé en que cojones estaba pensando al hipotecar su vida con alguien así. Sería un buen padre de un par de hijos, guapos seguro. Pero nada más. Un buen hombre. Un supuesto buen hombre. Con el que pasar los años y del que cansarse. Tarde o temprano. Estaba escrito.

Y así fue, los años pasaron, los niños nacieron, crecieron y el buen hombre pasó de bueno a aburrido, y de aburrido a falto de sangre, y de falto de sangre a totalmente innecesario en la vida de ella. Lo obvio y lo lógico. 

Porque ella siempre necesito que le bailaran el agua, que la adoraran, que la idolatraran y que la hicieran sentir mujer. Porque a pesar de ese halo que la envolvía, ese empaque de femme fatale, era una mujer sumamente insegura, que necesitaba sentirse deseada y querida, como se había sentido con el resto de hombres toda su vida.

Y cuando deseas eso, cuando ella desea eso, lo encuentra. En la persona supuestamente adecuada, supuestamente perfecta para ella, Un hombre diferente. Supuestamente diferente. Un hombre culto y correcto. Bohemio. Por el que de pronto perder la cabeza. Un hombre con el que empezar una nueva vida y romper la rutina y la falta de amor, del que nunca cansarse. Pero pronto o tarde las cosas no siempre salen tan bien. O quizás si. Que más da.

Las catapultas, cuando fallan, dejan caer todo el peso sobre la persona que las dispara.

Pero ella, ella no necesita ni maridos correctos, ni amantes apasionados. 

Ella no necesita de nadie, sólo de ella misma. Y ella  no acaba de saberlo. Necesita de esa fuerza que, aunque cree saber que tiene, no tiene ni puta idea de los grande que es. De lo que desprende. Porque ella es única, es una mujer tormenta, y solo espero que ella lo sepa algún día, tal y como lo sé yo. 

Los demás, sinceramente, me dan igual.




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