COMO EL AGUA

Fue un día cualquiera de un verano cualquiera. Mi vida también era la de cualquiera. La de cualquier mujer de treinta y muchos, con otros muchos problemas y muchos más tiros pegados. Tiros de los que duelen, de los que te dejan medio rota en modo recomposición, de los que van dejando huellas mas allá de la piel. 

Él se sentó, en mi mesa, con un desparpajo inaudito y una seguridad tan aplastante que me dejo sin palabras. No por sentarse, obvio, sino por seducirme y llenarme entera de un calor más propio de un país cercano al ecuador, que no el que se siente normalmente en Barcelona siendo aún Mayo. Me dejé llevar y pensándolo entre demasiado y nada, sucumbí. Sucumbí a su juventud, a su sonrisa, a sus labios, a su piel tersa y a sus brazos. Y a esos surcos que atravesaban el bajo de su estómago hasta sus ingles. Fosas iliacas, directas a su sexo. 

Desde ese día, mi cuerpo se volvía agua cada vez que lo veía. Su presencia me recordaba cada postura, cada beso, cada rayo de saliva compartida, cada abrazo y cada caricia. Yo, que he amado demasiado y he follado más aún, empecé a sentir algo que nunca jamás había sentido. Un deseo tan intenso que se retorcía en mis entrañas y se apoderaba de mi de una manera tan enfermiza como excitante. Puro narcótico. 

Sólo una vez durmió a mi lado, y pasé más de una hora de desvelo, observando su cuerpo desnudo, el leve movimiento de su respiración, y su cara de niño adulto. Di las gracias a las diosas por haberlo instalado ahí, para mí. Lo olisqueé para grabar en mi ADN su aroma a sudor y sexo. 

Dicen que siempre hay una primera vez para todo. Y esta fue mi primera vez. He sentido el deseo muchas veces, pero jamás con la intensidad con la que él me lo hizo sentir. 

Nunca sabré si lo llegue a amar o fue sólo un capricho para mí, y yo una fantasía para él. Pero si sé que lo deseaba tanto como se desean las cosas imposibles. Como se desea lo inalcanzable. Lo efímero, lo volátil.

Si sé que él nunca me quiso, pero nunca me importó. Era secundario. Era el precio a pagar por tenerlo una vez más, para que durante unas horas me hiciera agua una vez más. Para desbordarme una vez más. Pero un día acabó. Y decía Sabina: "Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido".

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