ABISMOS

Un ovillo, un amasijo de carne en un sofá.

Julio por la tarde. Tregua de calor. Pero se siente el bochorno, está por todos lados.

Ruido en la calle, ese otro planeta. Ese lugar a veces tan casa, a veces tan ajeno.

Se mira las piernas, toca depilarse otra vez. Y siente la pulsión de romper con todo y no hacerlo nunca más. Lanzarse al abismo.

No depilarse es romper con todo. Increíble. Y ridículo.

Pero sucumbe.

Se mete en la ducha y cuchilla en mano, empieza el baile de siempre, el pas de deux entre lo correcto y su pareja: un par de tajos a la altura de la rodilla. Más muescas en la pared del Debo.

Toca también arreglarse el coño, vaya a ser qué la próxima cita no se acerquen a él por asco. Vaya a ser que no sea digno.

¿Cuántas veces le ha pasado eso? ¿Cuántas veces os ha pasado eso? 

¿Cuántas veces no se ha atrevido a dejarse vello por miedo al rechazo? ¿Y tú, las has contado?

¿Quién decidió que un coño digno debía estar depilado? Si a ella le gustaba ser salvaje y amar su vello.

Espera, no lo hagas. No sigas el baile. Piensa.

¿Quién decidió que ser femenina era eso o aquello de más allá? Si a ella lo que le hacía sentir mujer era, por desgracia, seguir saliendo a la calle cada 8M.

¿Quién decidió que ser madre era sentirse completa? Si a ella los niños le producían el vértigo incómodo de lo desconocido.

¿Quién decidió que una vida completa era esa que decían? Si a ella nunca nada le parecía completo y así quería que fuese siempre la vida. Un puzle sin la última pieza.

¿Quién decidió que el trabajo dignifica? Si a ella lo que le dignificaba era oler el mar a quilómetros, bailar descalza y sin música y mirarse al espejo sin odiarse nunca más.

¿Quién decidió que no hacer nada era perder el tiempo? Si a ella le gustaba buscar caras en las sombras del techo de su casa o en el estucado de esas viejas paredes.

¿Quién decidió que había que fregar justo después de comer? Si ella amaba el juego de equilibrismo de sus platos en la pica después del postre.

¿Quién dijo que la arruga no era bella, qué la cana había que taparla y la carne esconderla? Si ella creía fervientemente que esas supuestas imperfecciones autentificaban a las personas.

¿Quién decidió cuales eran los límites de lo intenso? ¿Qué era lo normal, lo mesurado, lo correcto? Si a ella esos límites le parecían la mera línea que algunos usaban para llamarnos locas continuamente.

¿Quién decidió qué era suficiente y qué sobraba? Si a ella lo excesivo le parecía una ínfima nimiedad y en cambio con poquito creaba mundos.

¿Quién decidió que el fuego, por antonomasia, era lo que más quemaba? Si a ella nada le parecía más ardiente que el silencio helado de algunos instantes.

¿Quién decidió que lo perfecto no era compartir su vida con una pila de libros y un montón de frases inconexas? Si a ella esa le parecía la compañía más fiel y legítima que había tenido nunca.

¿Quién decide todas esas mierdas, quien pone las normas? ¿Quién osa a decidir si a ella le parece que las personas son ciudades regidas por leyes distintas, ingobernables, devastadas alguna de ellas y otras desiertas, vacías e inhabitadas?

Y llena de rabia, decide pasar la cuchilla por su pubis y sus labios por última vez. O por penúltima.

Porque muchas veces no es ella quien decide. No eres tú quien decide, tranquila. Son los demás. Ese gobierno ajeno.

Y ya mañana será otro día para seguir cuestionando.

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